Decía Cioran que “no corremos hacia la muerte; huimos de la catástrofe del nacimiento. Nos debatimos como sobrevivientes que tratan de olvidarla; porque el miedo a la muerte no es sino la proyección hacia el futuro de otro miedo que se remonta a nuestro primer momento. Nos repugna, es verdad, considerar al nacimiento una calamidad: ¿acaso no nos han inculcado que se trata del supremo bien y que lo peor se sitúa al final, y no al principio, de nuestra carrera?; sin embargo, el mal, el verdadero mal, está detrás, y no delante de nosotros. Lo que a Cristo se le escapó, Buda lo ha comprendido: «Si tres cosas no existieran en el mundo, oh discípulos, lo Perfecto no aparecería en el mundo…» Y antes que la vejez y que la muerte, sitúa el nacimiento, fuente de todas las desgracias y de todos los desastres”[1].
Émile Cioran nació en Rasinari, Rumanía un 8 de abril de 1911 y murió en Paris el 20 de junio de 1995. Fue un escritor y filósofo pesimista que publicó la mayoría de sus obras en lengua francesa porque la mayor parte de su vida vivió en París, Francia; desde 1941 hasta su muerte. Su padre fue Emiliano Cioran, sacerdote ortodoxo rumano, y su madre, Elvira Cioran, originaria de Venecia de Jos, comuna cerca de Făgăraș, también en Rumanía. A los 17 años comenzó a estudiar filosofía en la Universidad de Bucarest donde entabló una amistad de por vida con Eugène Ionesco y Mircea Eliade. Decía “No tengo nacionalidad, el mejor estatus posible para un intelectual”[2].
Hablarles hoy de Cioran surgió por una entrevista de la cual les haré una reseña, sin embargo, para entender su pensamiento hay que considerar que en 1940 comenzó a escribir “El manual apasionado”, que terminó en 1945. Éste sería su último libro escrito en rumano, “idioma que prefería para lidiar con el pesimismo y la misantropía a través de delicados y líricos aforismos”. Sin embargo, “los libros publicados en francés fueron muy apreciados no solo por su contenido, sino también por su estilo lleno de lirismo y un encantador uso de la lengua”.
Su primer libro en francés “Una breve historia de la decadencia”, fue publicado en 1949 por los editores independientes (franceses) Gastón y Antoine Gallimard, y por el que fue galardonado con el Premio Rivarol en 1950.
La entrevista de la que les hablaba, fue publicada en la revista Magazine Littéraire, París, No. 373, en febrero de 1999, con el título “Cioran. Je ne suis pas un nihiliste: le rien est encore un programme”, algo así como “Cioran. No soy nihilista: la nada sigue siendo un programa”. “Cuando llegué a París comprendí de inmediato mi interés por la gente ociosa. Yo mismo soy un ejemplo de lo improductivo: nunca he trabajado, nunca he tenido una profesión, salvo una vez, durante cundo todo un año en Rumanía, enseñé filosofía en Brasov. Era insoportable. Y al mismo tiempo aquella fue la razón que me trajo a París. En su propio más, uno debe hacer algo, pero no necesariamente cuando uno vive en el extranjero. He tenido la dicha de vivir más de cuarenta años como ocioso y, cómo pudiera decirlo sin Estado. Creo que lo interesante de vivir en París es que uno puede, uno debe vivir aquí como un extranjero radical, de modo que uno no pertenezca a una nación sino sólo a una ciudad. En cierta medida me siento parisino, pero no francés –sobre todo no francés”[1].
Cuenta que dos libros representan para él París; el de Rilke, “Los cuadernos de Malte Laurids Brigge”, y el primer libro de Henry Miller, “Trópico de Cáncer”, porque presenta el París de los burdeles, de las prostitutas y de los chulos, el París del lodo. Y ese es el París que yo conocí: (…) el París de los hombres solos y de las prostitutas.
“Antes lo había vivido en Rumanía: la vida del burdel era muy intensa en los Balcanes; igual que en París, al menos antes de la guerra (…) cuando llegué aquí sostenía largas charlas con muchas mujeres. Al inicio de la guerra vivía en un hotel, no lejos del bulevar Saint-Michel, y allí trabé amistad con una prostituta, una señora ya canosa. Nos hicimos muy buenos amigos; es decir, era muy vieja para mí. Pero era una actriz increíble, con un talento enorme para la tragedia. Casi todas las noches me la encontraba hacia las dos o las tres de la madrugada, pues siempre regresaba tarde al hotel.
Era al inicio de la guerra, en 1940 –o no, fue antes, pues durante la guerra nadie podía salir después de medianoche. Caminábamos juntos y ella me contaba su vida, toda su vida, y el modo de que hablaba de todo aquello, las palabras que utilizaba, me fascinaban. (…) Las experiencias que he tenido en mi vida con ese tipo de personas me han aportado más que la relación con los intelectuales”.
Cuenta además que coincide con Sartre (Jean-Paul) en entenderse mejor con las mujeres que con los hombres, “¿Sabe usted por qué? Porque la mujer es más desequilibrada que el hombre. Ella presiente cosas que el hombre ni siquiera llega a sentir. Me di cuenta de que las mujeres se hallaban en general más cercanas a mi manera de escribir que los hombres”, cita Cioran.
“Un día me preguntaron cómo había podido vivir sin un “oficio”, respondí: “porque siempre he sido un chulo”. Será una ocurrencia, pero algo de cierto hay tras esa afirmación. ‘Ser chulo’ para mí es un concepto muy universal. Cuando un escritor vive con una mujer que lo mantiene, ese escritor es un chulo. Muchos de los escritores respetables que he conocido en París han vivido como parásitos de sus mujeres. En ese sentido, aunque nunca me he casado, yo también he sido un chulo…”
Cuenta que nunca pretendió allanar, reunir o, como dicen los franceses, conciliar lo irreconciliable. “Siempre acaté las contradicciones tal como ante mí se presentaban, tanto en mi vida privada como en la teoría. Nunca tuve un objetivo, nunca insistí en lograr un resultado. Creo que no puede haber ni objetivo, ni resultado, tanto en lo general como en lo individual. Todo lo que existe carece no de sentido –esa palabra me repugna un poco-, sino de necesidad”. “La vida es realmente interesante y atrayente porque por encima de todo carece de sentido. Uno puede dudar absolutamente de todo, uno puede reafirmarse como nihilista, y sin embargo enamorarse como el más grande de los idiotas. Esta imposibilidad teórica de la pasión que, en la práctica, queda desmentida, hace que la vida posea cierto encanto indiscutible, irresistible. Sufrimos, reímos de nuestros sufrimientos, hacemos lo que nos venga en gana, peor esta contradicción fundamental es tal vez finalmente lo que hace que la vida valga la pena de ser vivida…”
… Dicen que soy un pesimista. ¡No es cierto! Esas categorías escolares son grotescas. Sé con exactitud qué es el pesimismo. Pero, existe una diferencia fundamental entre el pesimismo como sistema y la experiencia cotidiana del pesimismo, que nace simplemente de la experiencia de ser un ser vivo. No se puede ser pesimista de la vida, pues la vivimos, no tiene sentido. Somos como todos, y hablo aquí de cosas vividas. Me dediqué a hacer la apología del escepticismo y también la del pesimismo, pero esto no es lo importante. Lo importante está en lo que vivimos, en lo que experimentamos y en el modo en que lo experimentamos”, concluye entre otras cosas esta hermosa entrevista que usted podrá leer completa en revista Magazine Littéraire, París, No. 373, en febrero de 1999.
Esta es opinión personal del columnista.
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[1] https://www.bloghemia.com/2022/01/emil-cioran-heidegger-era-realmente.html?fbclid=IwAR0qxIb8UdgE6Ed3DG1WpejyAcExpYeb5VkuMkWhJdpy18fatjNTDkeQ2gs
[1] https://crimideia.com.br/blog/wp-content/uploads/2010/02/em-cioran-del-incoveniente-de-haber-nacido.pdf Consultado el 05.02.2022
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Emil_Cioran Consultado el 05.02.2022