23 de Noviembre de 2025 | 14:40
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El rumor de un nombre
DAVID VALLEJO
CÓDIGOS DEL PODER

23 Nov 2025

Llegué al Barco Museo del Niño en Tampico, con el cuerpo cansado por la gripe, aunque llevaba desde la mañana con la convicción de que ese encuentro merecía presencia plena. El festival Tamaulipas Lee más que una cita rutinaria, representaba un espacio creado con dedicación por el ITCA para que la literatura de nuestra tierra se levantara con dignidad. Desde que tomé asiento pude sentir una emoción difícil de describir, como si la sala fuera más grande que sus muros y respirara el pulso cultural de nuestra región. Agradecí ese esfuerzo con el corazón entero, porque la cultura en Tamaulipas avanza gracias a instituciones que lo sostienen con compromiso real.


Sentarnos juntos los cuatro autores creó un instante especial. No hubo jerarquías ni distancias. Éramos tampiqueños, maderenses, tamaulipecos que compartían una misma raíz y una misma necesidad de contar historias. Eso me produjo un orgullo profundo. Pocas veces la literatura se vive como una comunidad y ese día sí ocurrió. Somos gente de puerto, de viento salado, de tierra que inspira porque respira intensidad. Escribir desde aquí tiene un peso distinto, una fuerza íntima, una memoria que acompaña.


Escuché a mis compañeros de mesa con una admiración que me sorprendió por su claridad. Itzia Rangole leyó un fragmento de Hadal y encendió una vibración emocional poderosa. Sus mujeres, antes relegadas, tomaron voz con una honestidad que atravesó la sala. Sentí respeto por su mirada y por la valentía con la que explora aquello que la literatura suele dejar en las sombras. Luego Rodrigo Vogel compartió un cuento de Tampico 2077 y fue imposible no sentirse capturado por su mezcla de ironía, vulnerabilidad e imaginación. Su mundo distópico cargaba la honestidad y ansiedad de quien escribe desde un temblor real. Y Sergio Aguirre habló de su oficio con una inteligencia que revelaba capas ocultas del teatro. No presentó su obra porque lo haría al día siguiente, aunque su manera de explicar su proceso ya contenía la belleza de un autor que entiende la estructura profunda de las historias. Los tres me inspiraron. Salí de la sala admirándolos con sinceridad. Sentí que estábamos construyendo algo juntos, que nuestra región tiene voces que merecen ser escuchadas más allá de cualquier frontera.


Cuando llegó mi turno, la gripe seguía ahí pero la emoción era más fuerte. Presentar El rumor de un nombre fue como ofrecer una parte íntima de mí mismo. Esta novela no nació de una biografía ni de un afán de reconstrucción histórica. Nació de una pregunta que no necesita lugar ni fecha. Nació de la fascinación por ese instante misterioso en que una persona empieza a buscarse. Compartí que mi libro no intenta atrapar la vida de Bob Dylan, porque atraparlo sería traicionarlo. Dije lo que escribí en mis apuntes. “Siempre me ha intrigado el misterio detrás de la genialidad… Bob Dylan es uno de esos enigmas”  No lo dije para describirlo, sino para confesar que su figura me interesaba por lo que revela sobre nosotros mismos.


Expliqué que la novela retrata un proceso universal. El camino de alguien que se va despojando para encontrarse. No es la historia de un triunfo sino la historia de una búsqueda que exige soltar. Soltar el nombre heredado. Soltar las expectativas ajenas. Soltar la piel antigua. Soltar la voz que no es propia. Ese despojo lo convierte en alguien distinto, alguien que reconoce que la identidad es una construcción que no se termina nunca. Hablé de ese instante en que un joven pronuncia el nombre que será suyo por primera vez. No importa el paisaje ni la habitación. Importa el temblor íntimo de saberse renacido. Compartí una frase de descubrimiento. “La primera vez que me llamé a mí mismo Bob Dylan, lo hice en voz baja. Probando cómo sonaba”  Ese gesto mínimo contiene una revelación humana. La identidad empieza en un murmullo.


Hablé desde la emoción porque esta novela la escribí con una libertad que me transformó. El arquitecto de sombras mi primer novela publicada en Gandhi, fue una obra nacida de una intensidad oscura, de madrugadas que se sentían como túneles. El rumor de un nombre fue lo opuesto. Madrugadas con té de limón o Coca Cola light, sonrisas inesperadas, un gozo que no había experimentado al escribir. Fue una escritura sin reglas externas, donde cada frase encontraba su ritmo natural. Sentí que habitaba la voz de otro con una especie de ternura febril.


Compartí la frase que se volvió brújula durante todo el proceso. “La verdad nunca me pareció tan interesante como la historia que decides contar” esa idea sostiene la novela entera. La memoria y la identidad funcionan como territorios movedizos. El verdadero sentido de una vida está en su rumor, no en su precisión. Dylan representa esa condición humana donde lo esencial se esconde entre señales, silencios y contradicciones. No hablamos entonces de un músico famoso sino de cualquier persona que ha tenido que inventarse para no desaparecer.


Cerré la lectura con el fragmento que vibra como despedida suave. “Dicen que la memoria es como una radio vieja… Este libro es un intento de sintonizar algo que pasó hace mucho tiempo” y luego “El viento sigue soplando. Y yo sigo escuchándolo, buscando respuestas”  Ese viento también pertenece a nosotros. A nuestra región. A nuestra historia como tampiqueños que escriben porque hay cosas que piden ser dichas.


Salí al aire del muelle con una sensación profunda de gratitud. La cultura en Tamaulipas permanece gracias al trabajo del ITCA, que sostiene con convicción estos encuentros donde uno recuerda por qué escribe. Y mientras respiraba el viento de la Laguna del Carpintero, pensé que esa frase final que cierra mi novela también explicaba la emoción de esa tarde. Este libro es solo otra canción. Y esta tierra inspira cada nota.


Pd. De nuevo gracias al ITCA por seleccionar mi novela “El rumor de un nombre” en su programa editorial 2025.


¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y las musas lo permiten.


Placeres culposos: Ver la segunda parte de Wicked en familia. 


Mis letras para Greis y Alo…siempre.


Esta es opinión personal del columnista