DAVID VALLEJO CÓDIGOS DEL PODER |
25 Dic 2024
Japón y México, dos civilizaciones separadas por un vasto océano, han vivido un diálogo silencioso a lo largo de los siglos. Ambos países son custodios de tradiciones milenarias que, lejos de quedar relegadas al pasado, han servido como cimientos para construir futuros audaces. Son tierras que han sabido encontrar en sus heridas, sus mitos y su resistencia, una fuerza única para reinventarse. Pero, sobre todo, son naciones que comparten un alma profundamente espiritual, que ha sobrevivido a la modernidad sin perder su esencia.
La historia japonesa es un poema de destrucción y renacimiento. Desde la era Heian, con su refinada estética y la escritura del Genji Monogatari, hasta el ascenso del shogunato Tokugawa, que consolidó siglos de paz a través de un orden férreo, Japón siempre ha tenido la capacidad de transformarse sin perder su identidad. Es el país que logró abrirse al mundo durante la Restauración Meiji sin traicionar sus raíces, y que después de la tragedia de Hiroshima y Nagasaki emergió como una potencia mundial, redefiniendo su lugar en la historia.
Los avances recientes de Japón reflejan esta misma capacidad de adaptación. Hoy lidera el desarrollo de tecnologías de vanguardia, desde robots humanoides que desafían nuestra comprensión de la inteligencia, hasta innovaciones en energía nuclear y exploración espacial. Sin embargo, su espíritu tradicional sigue vivo en cada ceremonia del té, en los festivales de hanami bajo los cerezos y en los templos de Kyoto, donde el incienso todavía conecta a los vivos con sus ancestros.
Por su parte, México es una tierra donde las civilizaciones antiguas dejaron marcas imborrables. Los aztecas y los mayas, con su profundo entendimiento de la astronomía y su cosmovisión cíclica, no solo definieron el pasado, sino que también sembraron ideas que resuenan en el presente. Los aztecas creían que el sacrificio era el motor del cosmos, una idea que aún late en el corazón del mexicano, ya sea en la lucha diaria por salir adelante o en las ofrendas del Día de Muertos.
En los últimos años, México ha encontrado nuevas maneras de destacar en el escenario mundial. Se ha convertido en un líder emergente en biotecnología, innovación agrícola y energías renovables. Además, su riqueza cultural sigue siendo un puente entre lo antiguo y lo moderno: desde los códices que relatan su historia hasta las producciones cinematográficas y literarias que lo proyectan hacia el futuro.
A pesar de sus diferencias, Japón y México comparten una visión del mundo que trasciende lo material. En Japón, el concepto del kami —espíritus presentes en la naturaleza y los objetos— encuentra un eco en el México indígena, donde las montañas, los ríos y las piedras también tienen alma. Los templos sintoístas, humildemente integrados en los bosques, dialogan con las pirámides de Teotihuacán y Chichén Itzá, que buscaban conectar la tierra con el cielo.
La noción japonesa del wabi-sabi, que celebra la belleza de lo imperfecto y transitorio, se encuentra con el alma festiva del mexicano, que no teme reírse de la muerte y celebrar la vida en su imperfección. Ambas culturas, a su manera, entienden que la fragilidad de las cosas no es un defecto, sino parte esencial de su significado.
El Japón de los samuráis y el México de los tlatoanis son ejemplos de cómo las tradiciones pueden sobrevivir incluso a los mayores cambios. Los samuráis, con su código del bushidō, enseñaron que la vida debe vivirse con honor y propósito. Los tlatoanis aztecas, como Moctezuma y Cuitláhuac, mostraron un liderazgo que buscaba equilibrar lo terrenal y lo divino. Ambas figuras siguen siendo símbolos poderosos que inspiran a sus respectivos pueblos.
Hoy, el espíritu de estos líderes ancestrales parece manifestarse en nuevas formas. Japón, con su obsesión por la perfección en la tecnología y el diseño, y México, con su ingenio y creatividad desbordante, están creando un diálogo moderno entre sus herencias. Empresas mexicanas y japonesas colaboran en proyectos de sostenibilidad, movilidad y tecnología agrícola, creando un puente entre las tradiciones del pasado y las necesidades del futuro.
Quizá lo más fascinante de Japón y México es su habilidad para imaginar un futuro que no reniega de sus raíces. Ambos países están, en diferentes formas, liderando la transición hacia un mundo más sostenible e inclusivo. Japón avanza en la creación de ciudades inteligentes, mientras México está aprovechando su vasta biodiversidad para desarrollar tecnologías agrícolas y energéticas que podrían cambiar el mundo.
En el fondo, Japón y México nos enseñan que la verdadera modernidad no consiste en olvidar el pasado, sino en integrarlo. En un mundo donde muchas naciones luchan por encontrar su identidad, estos dos gigantes culturales son un recordatorio de que la tradición y la innovación son complementarias.
Al final, quizá Japón y México son más parecidos de lo que se piensa. Uno puede encontrarlos, por ejemplo, en el sonido del taiko y el tambor mexicano, en la ceremonia del té y el brindis con mezcal, o en la solemnidad de un templo sintoísta y la alegría de una fiesta patronal. Ambos países, a su manera, caminan hacia el futuro con un pie en el pasado, demostrando que el alma de una nación nunca se pierde, solo se transforma.
Gracias por leerme. Arigatou.
Merī Kurisumasu! Yoi otoshi o omukae kudasai. Oraleee!!!
Hasta la vista baby.
Placeres culposos: Perdonar, reír y dar muchos abrazos de corazón.
Sushi y pierna para Grecia.
Esta es opinión personal del columnista