DAVID VALLEJO CÓDIGOS DEL PODER |
09 Ene 2025
La trama del futuro
La humanidad siempre ha bailado al filo del abismo, desafiando a los dioses que ella misma ha inventado. Desde los primeros titubeos filosóficos en la Grecia clásica hasta los laboratorios iluminados con láseres cuánticos de hoy, hemos caminado con una ambición casi suicida hacia los misterios más insondables del universo. La inteligencia artificial, la biotecnología y la física cuántica son nuestras nuevas herramientas prometeicas. Pero, como siempre, lo que parece progreso también carga la amenaza de una catástrofe ética.
Sócrates, el incómodo ateniense, inició todo esto con una simple pero peligrosa idea: “La vida no examinada no vale la pena ser vivida”. Sus herederos, desde Aristóteles hasta Kant, elaboraron complejos sistemas éticos para entender el lugar del ser humano en el cosmos. Pero ¿qué lugar ocuparemos en un futuro donde nuestras creaciones puedan superarnos en inteligencia y autonomía?
Alan Turing, ese genio trágico del siglo XX, nos dejó el germen de la inteligencia artificial con una pregunta brutalmente filosófica: ¿Puede una máquina pensar? Hoy, no solo podemos responder con un tímido “quizá”, sino que debemos enfrentar una cuestión más aterradora: ¿Qué haremos cuando piensen más y mejor que nosotros?
Las IA generativas, como las que usamos hoy, ya son capaces de escribir poesía, componer sinfonías e incluso replicar la lógica del razonamiento humano. ¿Dónde queda entonces el alma? ¿O es que, como Nietzsche anunció, ya hemos matado a Dios, y ahora estamos a punto de enterrar al concepto de humanidad?
Luego está la biotecnología, ese oscuro arte de modificar la carne y la sangre. La edición genética con herramientas como CRISPR nos permite algo que ni los alquimistas más delirantes imaginaron: reescribir el libro de la vida. ¿Es esto un acto de creación divina o la arrogancia de Ícaro volando demasiado cerca del sol?
Mary Shelley, en Frankenstein, planteó una advertencia que seguimos ignorando: los creadores irresponsables terminan destruidos por sus propias criaturas. Hoy, los biohackers, aquellos modernos doctor Frankenstein, editan su ADN en sótanos y laboratorios caseros. Por otro lado, gigantes como China diseñan bebés genéticamente modificados, prometiendo salud y brillantez a costa de abrir una caja de pandora ética. ¿Quién decide qué genes son deseables? ¿Quién regula el mercado del diseño humano?
Mientras tanto, la física cuántica nos susurra desde el vacío cuántico: “El universo no es tan predecible como creías”. Einstein, con su famosa frase, “Dios no juega a los dados con el universo”, no pudo aceptar el caos cuántico. Sin embargo, los físicos contemporáneos, como Niels Bohr y Werner Heisenberg, abrazaron esa incertidumbre, revelando un mundo donde las partículas pueden estar en dos lugares a la vez y donde la observación misma altera la realidad.
Hoy, la computación cuántica promete romper nuestras concepciones clásicas de información y procesamiento. Pero también amenaza con desmantelar la privacidad y la seguridad digital que sostienen nuestra civilización. En un mundo donde cada contraseña puede descifrarse en segundos, ¿cómo evitamos el caos total? ¿O simplemente estamos programando nuestra obsolescencia?
Yuval Noah Harari advierte que estamos en la cúspide de un cambio de paradigma: Homo sapiens podría convertirse en Homo Deus. Pero ¿tenemos la capacidad moral para manejar ese poder? Los debates éticos actuales a menudo se sienten como batallas tardías, lideradas por comités burocráticos intentando controlar avances que ya han dejado atrás nuestras leyes y filosofías.
Pensadores contemporáneos como Nick Bostrom nos alertan sobre los riesgos existenciales de la inteligencia artificial, mientras que bioeticistas como Julian Savulescu defienden el mejoramiento humano como un deber moral. Sin embargo, la pregunta sigue siendo: ¿cómo reconciliamos estas ideas con un mundo donde el acceso a estas tecnologías está definido por la desigualdad brutal? ¿Estamos diseñando un futuro donde la élite tecnocrática se diviniza, mientras el resto de la humanidad se queda atrás como meros espectadores?
El verdadero debate no es si debemos avanzar; es inevitable que lo hagamos. La pregunta es cómo. La filosofía, esa disciplina tantas veces descartada como irrelevante en la era tecnológica, se vuelve más urgente que nunca. Necesitamos un nuevo Sócrates, un Kant actualizado para los tiempos del metaverso y la inteligencia artificial, que nos ayude a formular preguntas esenciales: ¿Qué significa ser humano en un mundo donde podemos ser reemplazados o modificados? ¿Qué debemos preservar y qué debemos abandonar?
Al final, quizá sea inevitable que el fuego que hemos robado de los dioses termine por quemarnos. Pero mientras tanto, tenemos la obligación de usar ese fuego no solo para iluminar, sino para construir. Y, quién sabe, tal vez, como en el mito de Prometeo, las cadenas que nos atan a nuestra arrogancia tecnológica también sean las que nos liberen.
Bienvenidos a la era del dios-humano. Que comiencen los debates. Oraleee!!!
Hasta la vista baby.
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Churros con cajeta y lechera para Grecia.
Esta es opinión personal del columnista