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Vaciar un lago con cubeta
DAVID VALLEJO
CÓDIGOS DEL PODER

06 Feb 2025

En 2018, Donald Trump se quejaba de que México se había “aprovechado” de Estados Unidos durante décadas gracias a su superávit comercial. Su argumento era simple: si exportas más de lo que importas, te estás quedando con la riqueza del otro país. Para su audiencia, esto sonaba como un saqueo económico. Pero el comercio internacional no funciona como un juego de suma cero. Si fuera así, Estados Unidos, que ha tenido déficits comerciales por casi cinco décadas, ya habría colapsado. Y sin embargo, sigue siendo la economía más poderosa del mundo.


El problema con la visión de Trump es que toma un dato aislado y lo convierte en una narrativa conveniente. Es cierto que México exporta más de lo que importa a Estados Unidos, lo que genera un saldo comercial positivo para el primero y negativo para el segundo. Pero lo que Trump no decía es que muchas de esas exportaciones provienen de fábricas estadounidenses operando en México. Autos, autopartes, electrónicos y maquinaria cruzan la frontera con un valor agregado que, en muchos casos, regresa a las cuentas de las empresas matrices en EE.UU. Un coche ensamblado en México puede llevar partes de Alemania, software de Silicon Valley y ser vendido en Texas por una empresa con sede en Detroit. En los registros comerciales, aparece como exportación mexicana, pero el beneficio no se queda necesariamente en México.


Para entender mejor la relación económica entre ambos países hay que ir más allá de la balanza comercial y mirar la balanza de pagos, que incluye flujos de inversión, transferencias de dinero y servicios. Si solo se observa el comercio de bienes, parece que México “gana” porque exporta más de lo que importa. Pero cuando se suman los dividendos que las filiales de Ford, General Motors o Intel en México envían a sus casas matrices en Estados Unidos, los intereses que México paga por su deuda y las regalías por el uso de tecnología extranjera, el superávit se reduce drásticamente. En términos netos, una parte significativa de ese dinero regresa a la economía estadounidense.


Pero Trump insistía en que México estaba sacando ventaja y, bajo esa lógica, decidió imponer aranceles y renegociar el TLCAN para convertirlo en el T-MEC. El problema es que su estrategia proteccionista enfrentaba una paradoja. Las empresas estadounidenses no dejaron de producir en México ni trasladaron su manufactura a EE.UU., sino que simplemente aumentaron los precios de sus productos para compensar los nuevos costos. ¿El resultado? Los consumidores estadounidenses terminaron pagando más por los mismos bienes. Intentar reducir el déficit comercial con medidas superficiales es como tratar de vaciar un lago con una cubeta: puedes hacer ruido, puedes sacar un poco de agua, pero si los ríos que lo alimentan siguen fluyendo, el nivel no cambiará.


El verdadero problema no es la balanza comercial, sino quién se queda con el valor agregado. México puede vender más de lo que compra, pero si las empresas que generan riqueza son extranjeras y las utilidades se fugan, el beneficio es relativo. Si el país quiere salir de esta trampa, tiene que apostar por aumentar el contenido nacional en sus exportaciones, impulsar empresas mexicanas en sectores estratégicos y mejorar la distribución del ingreso para que el crecimiento no solo beneficie a unas cuantas corporaciones.


Trump perdió su batalla contra el déficit comercial con China, y con México no le fue mejor. El déficit sigue ahí, la estructura económica global no cambió y las empresas estadounidenses continúan operando en mercados donde la producción es más eficiente. El comercio internacional no es una guerra donde un país gana y otro pierde. Es un sistema interconectado donde los flujos de capital, tecnología y conocimiento son más importantes que un simple saldo de exportaciones e importaciones. Pretender cambiar esta realidad con aranceles o discursos populistas es como tratar de vaciar un lago con una cubeta: puedes intentarlo, pero el agua seguirá fluyendo. !!!Oraleee!!!


Hasta la vista, baby.


Placeres culposos: Se viene el nuevo álbum de Dream Theater. También en el cine El Brutalista. Y, por supuesto, el Super Bowl.


Guacamole con nachos y carne asada para el juego del domingo.


Esta es opinión personal del columnista