19 de Abril de 2025 | 04:38
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Y el cosmos dejó de callar
DAVID VALLEJO
CÓDIGOS DEL PODER

18 Abr 2025

Placeres culposos.


Hay meses que cambian la historia. Otros, apenas se disuelven entre burocracias y olvidos. Pero abril de 2025 quedará inscrito como un parteaguas. Como ese raro momento en el que la ciencia, la filosofía y la tecnología apuntaron al mismo sitio: al abismo estelar. Y el abismo respondió.


En menos de treinta días, el telescopio espacial James Webb nos ofreció algo que generaciones enteras apenas soñaban: imágenes directas del dióxido de carbono en la atmósfera de un exoplaneta, la captura visual de un sistema binario en formación con anillos de polvo que parecen una propuesta de matrimonio cósmica… y, lo más desbordante de todo: la detección de una posible firma de vida. Sí, vida.


El exoplaneta en cuestión se llama K2-18b, un mundo situado a 120 años luz, con una atmósfera rica en hidrógeno, agua… y lo que parece ser dimetilsulfuro (DMS), una molécula que en la Tierra solo se produce por procesos biológicos, principalmente por fitoplancton marino. Si este dato se confirma, estaríamos frente a la primera evidencia indirecta de actividad biológica fuera del sistema solar. No de civilización, ni siquiera de organismos complejos, pero sí de vida. Microbiana, sí. Trivial, jamás.


El universo, por siglos, fue nuestro espejo mudo. En abril de 2025, por primera vez, empezó a responder.


Un planeta en HR 8799 respiró ante nosotros con CO₂. Un sistema binario en Sagitario mostró sus anillos de compromiso, recordándonos que incluso las estrellas nacen de la danza y el polvo. Y ahora, K2-18b nos susurra con moléculas orgánicas. No es una metáfora. Es espectroscopía. Es ciencia pura. Pero también es el mayor poema que hemos leído jamás: un poema hecho de luz antigua, de señales cifradas en frecuencias que apenas comenzamos a descifrar.


Abril fue, sin exagerar, uno de los meses más fértil en la historia de la astronomía moderna. Un mes que no pertenece ya a este planeta, sino al registro galáctico de los grandes despertares.


Porque lo que ocurrió no fue casualidad. Fue el resultado de décadas de ingeniería, de teóricos que nunca pisaron un laboratorio, pero soñaron con lentes capaces de mirar más allá del polvo interestelar. Fue el triunfo de la física de frontera, de la óptica cuántica, de la inteligencia humana puesta al servicio del asombro.


¿Y qué nos dicen estos hallazgos, más allá de su impacto técnico?


Primero, que los procesos que originan sistemas solares como el nuestro no son excepcionales. Que la formación de planetas, atmósferas y moléculas orgánicas podría ser una constante, no una anomalía.


Segundo, que la vida, esa propiedad rebelde de la materia, tal vez no sea un accidente improbable, sino una consecuencia natural de ciertas condiciones. Si el DMS de K2-18b es biológico, entonces la vida podría ser tan común como el hidrógeno.


Y tercero, que estamos solos solo por ignorancia. Que el universo no calla: simplemente hablaba en un idioma que aún no entendíamos.


Lo que se está gestando es más que una nueva era astronómica. Es una revolución epistemológica. Estamos presenciando el desmoronamiento final de la arrogancia antropocéntrica. Ya no podemos decir que la Tierra es única. Tampoco que la vida lo es. Solo nos queda asumir el papel más noble que la ciencia nos ha dado: ser los intérpretes de un universo que empieza a revelar su guion.


Quizá no encontremos jamás otras civilizaciones. Quizá sí. Pero lo que ya sabemos es suficiente para cambiarlo todo. Porque, en su aliento de carbono, en sus moléculas de DMS, en sus anillos de polvo, el universo nos está recordando que la vida no es propiedad exclusiva de los humanos.


Es posible que el sentido último de nuestra especie sea, simplemente, escuchar.


Y abril de 2025 fue el mes en que, por fin, empezamos a hacerlo bien.


¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y una capacidad de asombro renovada, lo permite. 


Placeres culposos: Sinner en el cine. 


Para Greis, mi amor, que me pidió que desarrollara esta columna.


Esta es opinión personal del columnista