13 May 2025
Era un domingo de mayo luctuoso. La familia Herrera Borunda, hijos del ex gobernador, Fidel Herrera Beltrán, había convocado a sus amigos y colaboradores y al pueblo veracruzano, a despedir a quien gobernó del año 2004 al 2010. Desde temprano, el Congreso veracruzano comenzó a cobrar vida política, como en los tiempos de antaño cuando Fidel la gobernaba y Veracruz latía con fuerza. Sus colaboradores, entre ellos Luis Arturo Ugalde, su fiel secretario particular, organizaba el entorno. Llegarían los tres hijos: Rosa, Javier y Fidel, no hacía un año la madre había partido al encuentro del Señor, eran ahora unos hijos sin padres, listos para el ceremonial de despedida. El entorno era de riguroso luto.
Llegaron a tiempo, cuando irrumpieron con las cenizas, que llevaba la hija, los aplausos comenzaron, una ovación de varios minutos hacia que la piel se pusiera chinita, la música veracruzana hacia un entorno triste, pero de recuerdos alegres, los gritos de ¡Fidel! Comenzaron a escucharse. Este escribiente, su amigo de muchos años, veía la ceremonia desde el piso 14 de un hotel en Monterrey. Desde acá le daba el último adiós a ese amigo sincero. El orador fue el hijo, Javier, político, como el padre. Dio la semblanza desde aquellos primeros pasos que dio y su juventud en crecimiento en su natal Nopaltepec, pueblecito cuenqueño que lo vio nacer un 7 de marzo de 1949 y ahora lo despedía en muerte, en polvo, porque polvo somos y en polvo nos convertiremos, según el Génesis de la Biblia.
Ceremonia fúnebre muy de recuerdos. Su gente comenzaba a rememorar sus grandes anécdotas, lo mismo cuando llegaba a las inundaciones, que nada le arredraba, que cuando tendía la mano a alguna veracruzana humilde, como una de ellas llegó a decir al doctor Manuel Lila de Arce, que fue su secretario de Salud, que gracias a Fidel su hijo salvó la vida, porque fue operado de urgencias y sanado en hospital de gobierno.
Y el pueblo allí estaba, agradecido despidiendo a ese gobernador humano.
Y el pueblo allí estaba, dolido, despidiendo a sus 76 años a ese gobernador de quien muchísimos pueden presumir que eran sus amigos y a otros les tendió la mano.
Allí en esa ánfora con sus cenizas, muchos recordaban su caminar político.
Y Javier Herrera Borunda exponía la historia de su padre, desde pequeño cuando abandonó la escuela para ir a otros sitios, pues las zonas cuenqueñas, dónde se vivía, eran muy pobres, y cuando gobernador creó escuelas y tecnológicos para que, jóvenes como él, no tuvieran que sufrir y alejarse de las familias, como a él mismo le ocurrió. Porque no hay nada como abandonar el hogar.
Y entre su gente, como le sucedió a los hijos, de repente se quebraron y las lágrimas salían.
Quizá recordaban al padre cuando llegaba a casa después de alguna abrumadora gira de trabajo, en esas tantas noches que se abandona el hogar para buscar otros caminos, cuando así le ocurría para llegar a ser cuatro veces diputado, una senador y otra gobernador.
Tiempos que se fueron y sólo volverán en el recuerdo.
Ceremonia que, cuando terminó, se fueron a Catedral, y otra parte del pueblo allí afuera le rendía un homenaje de acompañarlo a la última morada.
Como dijera el poema: “Después de largos caminos, ásperos y grises, después de ver las luces, cantos sombras y colores, va cayendo la noche sobre los últimos latidos que me pulsan”.
Descansa en paz, querido amigo, aquí en la tierra cumpliste la labor encomendada. Ahora vive y goza con tu compañera de toda una vida, Rosa Margarita, que los recuerdos estén siempre con ustedes.
Esta es opinión personal del columnista