20 de Junio de 2025 | 00:56
INICIO    ESTATAL    NACIONAL    INTERNACIONAL    NOTA ROJA    XALAPA    POZA RICA    CULTURA    VIRAL   
Crecimiento en pausa
DAVID VALLEJO
CÓDIGOS DEL PODER

17 Jun 2025

Cuando una economía se detiene, no lo hace con estrépito, sino con lentitud. El mundo no se colapsa, se desvanece. Se pierde el impulso, se enfría la sangre de los mercados, se apaga la energía que mueve la vida colectiva. Y eso es justamente lo que está ocurriendo. Según el más reciente informe Global Economic Prospects del Banco Mundial (junio 2025), la economía global se encamina a su década más lenta desde los años sesenta. No por una gran guerra ni una catástrofe natural, sino por un desgaste sistémico, sostenido, casi imperceptible.


El crecimiento proyectado para 2025 es de apenas 2.3 %, una cifra que parecería aceptable en tiempos normales, pero que resulta alarmante si se considera que está por debajo incluso del promedio de la crisis post-2008. Si el mundo mantiene esa tendencia en los próximos dos años, como prevé el informe, la década 2020 - 2030 se convertirá en la de menor expansión económica en más de medio siglo. El planeta, literalmente, se está ralentizando.


Los motivos son múltiples, pero convergentes. El primero y más evidente es la fragmentación económica y geopolítica. A diferencia de décadas anteriores, cuando las crisis daban paso a nuevos ciclos de cooperación o reconstrucción, hoy el sistema internacional parece incapaz de coordinar respuestas. Los conflictos no sólo son numerosos, sino también prolongados, regionales, y desestructurantes. La incertidumbre es el nuevo estado natural del mundo.


El segundo gran factor es el resurgimiento del proteccionismo. La guerra comercial iniciada en 2018 por la administración Trump no fue una anomalía, sino el preludio de una era de aranceles defensivos, subsidios estratégicos y cadenas de valor replegadas. Lo que alguna vez fue una red global de interdependencia ahora es un campo de trincheras. El Banco Mundial calcula que la mitad del crecimiento perdido en esta década se debe directamente a restricciones comerciales. Es decir: al miedo al otro, institucionalizado en política económica.


Estados Unidos, pese a su tamaño y peso, tampoco escapa a la desaceleración. Crecerá apenas 1.4 % en 2025, arrastrado por condiciones financieras restrictivas, inversión privada deprimida, y un entorno político crispado por las elecciones recientes. China, por su parte, proyecta un modesto 4.5 %, afectada por su crisis inmobiliaria, su envejecimiento poblacional y la creciente desconfianza internacional. Incluso India, con su notable dinamismo (6.3 %), lo hace más como excepción que como regla.


Europa, mientras tanto, vive una forma sutil de estancamiento: crece poco, duda mucho, invierte menos. Y América Latina parece atrapada en una ecuación insostenible: bajo crecimiento, alta informalidad, y escasa inversión en productividad. La región crecerá menos del 2 %, pero con una carga de deuda creciente y un margen de maniobra política cada vez más estrecho.


El reporte también señala un hecho estructural más inquietante: la inversión mundial se ha desplomado. La formación bruta de capital fijo en los países en desarrollo cayó a niveles que no se veían desde la década de 1990. Y sin inversión no hay productividad, sin productividad no hay innovación, y sin innovación el crecimiento se vuelve una repetición estéril del pasado.


Cuando el crecimiento se detiene, también se detiene la capacidad de los gobiernos para redistribuir, para invertir en salud, en educación, en infraestructuras verdes. Se vuelve más difícil combatir la pobreza, financiar la transición energética o responder a las nuevas olas migratorias. El crecimiento es, en última instancia, la energía vital de la política pública. Sin él, todo cuesta más, todo se demora, todo se tensiona.


Y sin embargo, lo más preocupante no es la cifra, sino la resignación. Hemos comenzado a acostumbrarnos a crecer poco, a invertir poco, a imaginar poco. Hemos confundido estabilidad con conformismo. Hemos aceptado que el futuro será menos promisorio que el pasado, y que eso es normal.


El Banco Mundial insiste, con razón, en que hay salidas. Reducir tensiones comerciales, fortalecer marcos fiscales, impulsar la inversión en capital humano e infraestructura digital, y reconstruir la confianza institucional. Pero esas soluciones requieren algo más escaso que el crédito o la tecnología: voluntad política. Una visión del mundo que no tema cooperar, que no convierta cada frontera en una barricada, ni cada elección en una trinchera.


Porque en el fondo, lo que está en juego es el relato del futuro. Vivimos en una era donde la tecnología avanza a velocidades exponenciales, pero la economía lo hace a paso de tortuga. Donde los algoritmos predicen el clima, pero las economías no logran despegar. Donde el capital se concentra, pero la esperanza se dispersa.


La gran pregunta no es si el mundo está frenando. Eso ya lo sabemos. La pregunta es si tenemos el coraje de tomar el volante y cambiar de rumbo, antes de que la inercia nos convierta en pasajeros de nuestra propia decadencia.


¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y la economía lo permiten. 


Placeres culposos: Copa oro y semana de conclusión de las finales de la NBA y NHL.


Lavandas para Greis y Alo.


Esta es opinión personal del columnista