18 de Septiembre de 2025 | 11:04
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La caja negra del cáncer
DAVID VALLEJO
CÓDIGOS DEL PODER

18 Sep 2025

¿Quién ha vivido sin la sombra del cáncer en la familia, entre amigos, en el barrio? Basta escuchar esa palabra y la piel se eriza: late un miedo antiguo, una herida que atraviesa generaciones. El cáncer se oculta en el propio cuerpo, avanza en silencio, se detecta tarde y deja marcas que persisten aún cuando el tratamiento concluye. Por eso, cada comprensión nueva importa: cada una se siente como un golpe a la fatalidad, un tramo extra de vida, un destello de esperanza en medio de la incertidumbre.


En estos días, equipos de Barcelona y Londres abrieron una puerta inesperada: encontraron lo que llaman la “caja negra” del cáncer. No se trata de mirar solo el estado presente del tumor, sino de reconstruir su pasado y proyectar su porvenir. Las células tumorales llevan en el ADN unas marcas químicas llamadas metilaciones que fluctúan con el tiempo. Esas huellas actúan como códigos de barras moleculares que registran cuándo empezó el tumor, a qué ritmo creció; y cómo se diversificó. Dentro de cada tumor hay un relato cifrado que empieza a ser legible.


La idea es audaz y bella: el cáncer guarda memoria de su propia evolución. Al descifrar esas huellas, la medicina gana brújula. Un algoritmo EVOFLUx consiguió leer patrones de metilación en alrededor de dos mil muestras de leucemias y linfomas para reconstruir trayectorias y anticipar momentos críticos de progresión. Esa lectura promete afinar decisiones: cuándo intervenir, con qué intensidad terapéutica, qué rutas de escape vigilar antes de que se manifiesten. La clínica deja de ser un espejo del presente y se convierte en mapa de riesgos.


La comparación con la caja negra de un avión se asoma sola: allí se almacena un registro que, tras el desastre, permite entender y prevenir. Aquí, la escritura epigenética ofrece algo aún más valioso: la posibilidad de prevenir antes del impacto. Lo que durante años parecía ruido en la señal del epigenoma se revela como bitácora de vuelo del tumor. Y lo hace con una técnica que aspira a ser asequible y de alto rendimiento, con potencial de ampliarse a tumores sólidos a medida que se valide en más contextos.


En paralelo, otra revolución se cuece en el territorio vecino del genoma. DeepMind presentó AlphaGenome, un modelo de inteligencia artificial capaz de predecir cómo variantes en regiones reguladoras, esa vasta materia “oscura” no codificante, alteran la expresión de los genes a largas distancias. Al interpretar secuencias de hasta un millón de letras, AlphaGenome ilumina efectos regulatorios que permanecían ocultos: señala qué cambios activan o silencian programas biológicos, ayuda a priorizar mutaciones relevantes y sugiere hipótesis para experimentos. Es una herramienta temprana, con ambición de laboratorio a clínica, que abre una vía para vincular la secuencia con la función.


Cuando estas dos corrientes se encuentran, la epigenética que narra la historia vivida del tumor y la IA que predice cómo variantes reguladoras reescriben esa historia, surge un horizonte poderoso. La “caja negra” aporta temporalidad y ritmo; AlphaGenome, mecanismo y causalidad potencial. Una cuenta el diario de viaje; la otra adelanta consecuencias de cambiar la ruta. Juntas empujan un sueño razonable: terapias decididas con conocimiento de pasado y simulación de futuro, vigilancia mínima para el paciente estable que en realidad permanece estable, intervención temprana y precisa para quien muestra señales de viraje antes del síntoma o la imagen.


Habrá validaciones por delante, tejidos complejos que descifrar, sesgos que corregir. Aun así, la promesa ya se siente: extraer de una muestra una historia y, con IA, tantear sus futuros plausibles. En ese gesto se afirma la vida: escribir contra el azar, alargar el tiempo, imaginar un mundo en el que esa palabra pierda el halo de sentencia y quede algún día como un episodio que se pudo gobernar.


¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y la enfermedad lo permiten.


Placeres culposos: The End Continues de Spinal Tap.


Pan de elote para Greis y Alo.


Esta es opinión personal del columnista