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PEDRO CHAVARRÍA DISECTOR |
14 Oct 2025
El agua es la base de la vida. Todos los seres vivos de este planeta la necesitamos en mayor o menor grado. Para las especies desérticas, plantas y animales, sigue siendo necesaria y tienen estrategias para captarla y retenerla. Para las especies acuáticas es indispensable, dulce o salada. Muchas especies nos encontramos en el punto medio. Habitamos un planeta con abundancia de agua, aunque desafortunadamente, predomina el agua llamada salada, que es relativamente hostil para sustentar nuestras necesidades, si bien cumple otras funciones muy importantes.
Se dice que el agua es vida. Tenemos cientos de miles de ejemplos de ello con cada especie viviente en La Tierra. Debemos insistir: en La Tierra. Estamos científicamente abiertos, y atentos a posibilidades de vida fuera de este planeta -vida extraterrestre- y durante muchos años hemos buscado signos de vida donde haya agua. Pero esto ha cambiado. Ahora aceptamos que otros líquidos pueden sustituirla y servir como base para otras formas de vida, que llamamos exóticas. Como seguramente nos catalogarían esas formas a nosotros, si existieran.
El caso es que el agua es indispensable para las formas de vida en este planeta. El agua sustenta la vida. Y también la aniquila, como nos muestran las inundaciones actuales e históricas y hasta míticas. Algunas ciudades del mundo, sin necesidad de huracanes ni lluvias torrenciales, se están hundiendo y se consideran en peligro de desaparecer, como Venecia y algunas áreas de Florida, por citar solo dos ejemplos. Tuvalu, grupo de islas del Pacífico, se considera que podría sumergirse totalmente en unas décadas. El agua también es muerte. Nos ahoga. Arrastra cosechas. Destruye edificios y costas en todo el mundo en forma de tsunamis. Recordamos el diluvio universal, citado en varias culturas antiguas. Recordamos la Atlántida, aunque nadie la haya encontrado. Se han descubierto ruinas submarinas, como son los casos de Alejandría antigua, el templo sagrado en el lago Titicaca, Port Royal, Yonagumi Jima y otras.
Construimos defensas costeras, ganamos terreno al mar, creamos islas artificiales, se forman otras con desechos, levantamos presas y excavamos canales. Todo en torno al agua. Vivimos del agua y a pesar de ella. Pero lo importante del agua es que funciona como solvente “universal”. Para que haya vida, como la conocemos, se necesitan reacciones químicas complejas y que se formen moléculas unidas por enlaces químicos relativamente débiles, basadas en un elemento químico central: el carbono.
Un solvente es muy importante para facilitar reacciones químicas, más si son complejas y forman grandes moléculas, como nuestras proteínas y DNA; y más complicado si se organizan sistemas autoreplicantes, con capacidad de evolucionar y adaptarse al medio; ya no se diga de desarrollar inteligencia y sociedades tecnológicas. Nótese que es una escala creciente, de la que, al parecer, somos el último eslabón conocido. No descartamos que haya otros sistemas basados en otros líquidos, o hasta gases. La idea básica es que haya un medio que facilite las interacciones químicas.
Dos cuerpos sólidos se tocan solo en la superficie. Si se licuan, pueden mezclarse mejor, pero esto suele lograrse a temperaturas por lo general altas, de modo que no se forman enlaces químicos, y menos del tipo débil del carbono, propios de la vida. Si se disuelven los cuerpos, es decir, se descomponen en pequeñas partículas y estas flotan libremente, la situación es mucho más favorable para que los componentes pequeños interactúen entre sí y formen enlaces químicos y vaya apareciendo la complejidad característica de la vida. Una exigencia más: que el agua no esté muy caliente, ni muy fría. El calor excesivo impide formar enlaces, o los rompe en breve. El frío lleva a la solidificación del agua y entonces ya no hay disolución.
Como necesitamos agua en estado líquido, digamos, tibia, y se necesita además un lecho de soporte donde se den las reacciones químicas y luego puedan asentarse los seres vivos, pues buscamos planetas rocosos de mediano o gran tamaño, aunque estos últimos suelen ser gaseosos. Planetas rocosos medianos pueden retener gases atmosféricos que permitan reacciones químicas no explosivas -no demasiado oxígeno en nuestro caso-. Planetas rocosos medianos, cerca de una estrella, pero no tanto, para que haya agua líquida y suficiente calor para “animar” a las moléculas a unirse, formando enlaces químicos.
Muchas estrellas tienen planetas a su alrededor, pero, o son gaseosos, o están muy lejos, o muy cerca. Existe una zona alrededor de cada estrella con planetas, que podría albergar vida. A esa zona le llaman “Ricitos de oro”, pues reúne condiciones ideales; es el mejor “vecindario” para vivir. Aún podemos buscar en satélites que giren alrededor de planetas, tengan agua líquida y hasta atmósfera, con tal que estén en la zona que consideramos habitable, al tener cerca los servicios básicos. La vida que conocemos se contenta con poco: agua líquida y un poco de calor. O así pensábamos.
Tuvimos que ajustar nuestras ideas al descubrir a los extremófilos, formas bacterianas que viven en la vecindad de volcanes submarinos, a temperaturas altísimas, a tal grado que uno de estos microorganismos fue bautizado como Bacillus infernus. Al menos creíamos que necesitaban luz y calor solar para impulsar sus reacciones químicas, pero no. Se extrajeron rocas a gran profundidad, que nunca recibieron luz solar y al cortarlas, en su interior se encontraron microorganismos con metabolismos -reacciones químicas- muy lentos, impulsados por la energía de otras reacciones químicas, que, en lugar de necesitar energía, la liberan y así se pueden impulsar otras que la requieren.
Hasta el agua parece ser prescindible, pero ya decía que son casos extremos y relativamente simples, de modo que ya con mantenerse vivos, hacen bastante, muy alejados de la complejidad de los organismos multicelulares, con civilizaciones tecnológicas, como nosotros. Para alcanzar la complejidad que tenemos, es necesaria el agua y la luz solar. Otras formas de vida extraterrestres podrían no basarse ni en el carbono, ni en el agua, ni necesitar oxígeno gaseoso atmosférico. El solvente podría ser otro líquido, como el ácido sulfúrico, que a nosotros nos resulta hasta letal. Podrían basarse en otros elementos, como el boro o el silicio, que también pueden formar largas cadenas y ocasionar complejidad.
Pero toda forma de vida extraterrestre es solo especulación. No tenemos ninguna evidencia de que exista, por más que estemos convencidos de su alta probabilidad. Hubo gran revuelo hace unos años cuando la NASA -nada menos- anunció que habían encontrado posibles fósiles bacterianos en el interior de una piedra -ALH84001- que había caído en la Tierra hace miles de años, que sabían que venía de Marte y que estuvo varios años almacenada sin tocar, en un archivo, hasta que le llegó su turno. La cortaron, y en su interior, intocado hasta ese momento, encontraron diminutas estructuras que parecían bacterias fosilizadas. La noticia y las fotografías de esas posibles bacterias marcianas le dieron la vuelta al mundo. Hasta la fecha no se han puesto de acuerdo sobre lo que son realmente esas estructuras ultramicroscópicas.
¿Por qué es tan importante ese hallazgo? Si la vida pudo surgir en Marte, entonces puede haberla en cualquier otra parte: la vida puede tener origen en muchas partes diferentes y tomar sus propios caminos evolutivos, según lo que disponga localmente para construirse. Aquí en La Tierra, carbono y agua. En otros lados, no sabemos. Pero al parecer, Marte tuvo agua y atmósfera hace mucho. Aún no hay conclusiones sólidas.
Para nosotros, agua y carbono lo son casi todo; otros elementos y compuestos son agregados a estos dos, como sus complementos básicos: Hidrógeno, Oxígeno, Azufre y Fósforo. Lo demás, son minucias, aunque no dejan de ser muy importantes. Lo interesante es cómo se acomodan y funcionan esos elementos, de modo que constituyan células, tomen materia y energía del medio, impulsen y controlen reacciones químicas que los mantengan como son y les permitan desarrollarse, es decir, adquirir nuevas capacidades, según lo establecido en sus genes. Adquieren materias primas, las transforman en productos valiosos para su supervivencia -metabolismo- y eliminan desechos.
¿Y el agua? Aquí sigue. El Universo, a través de La Vida -con mayúsculas- inventó una gran maniobra: fabricar paredes que delimitaran dos espacios: dentro y fuera de la vida. El agua no solo nos rodea, no solo la tomamos y la orinamos después: la llevamos dentro de todas y cada una de nuestras células. A esa agua contenida dentro de un espacio membranáceo hecho de grasa, le llamamos citoplasma, o líquido intracelular. Alberga numerosos talleres que trabajan incansablemente fabricando piezas de repuesto y combustibles para reparar lo que segundo a segundo se deteriora. Por eso persistimos cerca ya, de 100 años en promedio, porque nos reparamos día con día. Cuando esto es exitoso, le llamamos salud; cuando flaquea, le llamamos enfermedad y cuando se detiene, muerte.
Y el agua es el medio en que se han instalado las fábricas y talleres de la vida, pequeños organelos intracelulares, cada uno con funciones específicas, que, como en una cadena de producción industrial, toman e intercambian piezas en construcción -moléculas-. Son verdaderas fábricas químicas que requieren suministros constantes, que le llegan a través de ríos entubados, a base de agua, al tiempo que recogen los desechos, en especial bióxido de carbono, que se eliminará por los pulmones y urea y creatinina, entre otras, que se eliminarán por los riñones, como orina, a base de agua también.
El agua entra y sale de nuestro cuerpo en forma admirablemente balanceada, en tanto los riñones hagan su trabajo. Una parte se recambia poco a poco, de modo que todo lo que mi cuerpo es, una ilusión es. Todo llega y todo se va. Los seres vivos están hechos de “prestado”, lo que estaba en el medio -alimentos- es incorporado -vuelto mi cuerpo- y luego recambiado, sobre todo agua y moléculas varias. Incluso somos máquinas de fabricar agua. Parte de lo que orinamos no viene de lo que tomamos, sino que una parte la hemos fabricado y la podemos clasificar como desecho, o materia básica, según las necesidades del momento.
Y así como “polvo eres y en polvo te convertirás”, agua eres y a ella volverás. Trágicamente, el agua nos arrebata también la vida, o nos hace sufrir, aunque en realidad, es más bien nuestra incapacidad de controlar adecuadamente los flujos hídricos planetarios, que buscan sus cauces sin importar lo que haya en el medio. El agua busca salida y nivelarse. A nosotros nos toca anticipar sus crecientes y decrecientes, a fin de tener lo suficiente y un poco más, pero no demasiado, para evitar charcos e inundaciones, tan perjudiciales. El exceso de agua es perjudicial, en nuestras ciudades y en nuestro cuerpo. La falta de agua también puede ser mortal. Se requiere un balance que no siempre sabemos mantener. Las ciudades requieren suministros y vías de desalojo del agua, so pena de vivir tragedias. Lo mismo pasa con nuestros cuerpos. En otro artículo me referiré mpas ampliamente a este último asunto: el agua corporal.
Esta es opinión personal del columnista