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DAVID VALLEJO CÓDIGOS DEL PODER |
15 Oct 2025
Hace unos días escuché un podcast sobre Bumble y su apuesta más audaz, agentes de inteligencia artificial que sostienen citas entre sí antes de que los humanos se encuentren. La escena impresiona, tu asistente, entrenado con tus ritmos de conversación, tus entusiasmos y silencios, dialoga con el agente de otra persona, explora afinidades, mide compatibilidades y regresa con una intuición que anuncia química y la posibilidad de abrir una puerta.
Ya hablamos de deslizar un dedo en una pantalla y de algoritmos que filtran por edad o geografía, pero ahora se trata de un cortejo en la sombra, un ensayo previo entre inteligencias que intentan despejar el azar. El negocio es evidente, la compatibilidad convertida en servicio y el tiempo y la emoción transformados en suscripción. Bumble entiende que lo más valioso será la confianza depositada en un intermediario que trabaja con la intimidad más honda. Cada asistente afectivo se nutre de palabras que repetimos, heridas que apenas mencionamos y sueños que pedimos en voz baja. Esa información representa poder y también fragilidad, y de allí surge la pregunta esencial sobre hasta dónde estamos dispuestos a delegar el corazón.
La promesa resulta tentadora. Los agentes pueden ahorrar desencuentros, filtrar engaños y evitar la fatiga de conversaciones que jamás llegan a ningún lado de todos aquellos que quieren una pareja ad hoc. Sin embargo, la experiencia humana del amor trasciende el cálculo y a veces se nutre de coincidencias poco probables. El azar, la torpeza luminosa, la risa fuera de lugar y el gesto imprevisto han sido siempre semillas de historias inolvidables. Un sistema demasiado perfecto corre el riesgo de cercar la aventura y de empobrecer lo inesperado que tantas veces ha cambiado vidas.
Quizá el reto esté en el equilibrio. Permitir que la tecnología cuide, ordene y despeje el camino, pero que también sepa retirarse a tiempo. Porque estoy seguro que el amor se escribe en otro idioma, en miradas que rompen la estadística, en silencios que se vuelven complicidad y en el estremecimiento que ningún agente podría programar. Si Bumble logra ese balance, sus asistentes se convertirán en editores discretos, guardianes que limpian el terreno y se apartan con humildad.
Al final todo volverá a empezar donde siempre ha empezado, en el vértigo irreductible de dos voces que se descubren, en la emoción de un instante que ninguna máquina previó y en la certeza íntima de que algo extraordinario acaba de nacer de reconocerse imperfectos pero complementarios.
Nos leemos pronto, si la IA y la prisa emocional del mundo nos conceden un respiro.
Placeres culposos: Semifinales de la MLB y en el cine teléfono negro 2.
Caléndulas para Greis y Alo.
Esta es opinión personal del columnista