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DAVID VALLEJO CÓDIGOS DEL PODER |
12 Abr 2025
Placeres culposos.
No están en mi lista de bandas favoritas. Ni en el top 20, ni en el 30. Quizá entre las 50, en algún lugar entrañable que uno guarda para aquello que no marcó su historia musical, pero que, aun así, se queda. En mi playlist de 100 canciones favoritas, solo tienen un lugar, y ese lugar lo ocupa Sabotage. Pero decidí escribir esta columna. No por nostalgia musical, sino por algo más valioso: porque escucharlos me pone de buenas. Porque, sin quererlo, terminan siempre arrancándome una sonrisa.
Conozco su discografía. Sé de su irreverencia, de su estilo imposible de clasificar, de esa mezcla de punk, hip-hop, funk y pura energía adolescente. Eran desordenados y poéticos. Originales, como pocas cosas en la música. Hace poco vi un documental que no solo contaba su historia, sino que también funcionaba como homenaje a uno de ellos: Adam Yauch, MCA, quien murió de cáncer en 2012.
El formato era simple pero poderoso. Un teatro lleno, dos atriles, un escenario y miles de emociones. Adam Horovitz, ya encanecido, y Michael Diamond, más introspectivo que en sus años de juventud, narraban su historia mientras proyectaban fotos, videos caseros, conciertos, portadas, recortes. Hablaban como lo harían en un bar: con cariño, con risas, con pausas incómodas cuando el recuerdo de Yauch aparecía en pantalla y el silencio se volvía necesario.
Contaron cómo empezaron siendo unos chicos neoyorquinos que solo querían divertirse. Punketos de corazón que entraron al rap casi por accidente. Una banda que Rick Rubin rescató del sótano, que llegó al estrellato con Licensed to Ill, que se desmoronó en popularidad y que volvió a resurgir con discos cada vez más creativos y reflexivos.
Lo que más me conmovió no fue la música, ni los videos, ni las anécdotas con celebridades. Fue el tono con el que hablaban de su amigo. Porque los Beastie Boys no fueron una banda cualquiera. Fueron un trío de amigos en toda la extensión de la palabra. No hubo escándalos internos, ni peleas públicas, ni traiciones mediáticas. Estaban juntos porque se querían. Se divertían, crecían, discutían sin odio y maduraban sin dejar de jugar.
Duraron más de dos décadas sin esa tensión que destruye a casi todos los grandes grupos. Se disolvieron con la muerte de uno de ellos. Así, sin drama, sin giras de despedida. Porque sin Yauch, no eran los Beastie Boys.
Y mientras veía el documental, me pasó algo que no esperaba. No pensé en conciertos, ni en música, ni en listas. Pensé en mis amigos. En Karim, Quique, Monty, Roberto, Miguel, Alejandro, Bernardo y la Bala, los CFH, si bien hubo más amistades entrañables, recordé aquellos años de secundaria y prepa, en los que nos teníamos los unos a los otros, sin más pretensión que la de pasarla bien, estar juntos y acompañarnos mientras crecíamos.
Recuerdo la estaquita de Quique, donde viajábamos todos apretados, algunos con la suerte de ir adelante para escuchar música y otros, menos cómodos, en la parte de atrás, como ganado. Íbamos rumbo a una fiesta, o a casa de Roberto a ver los juegos de la NBA en la época de Jordan, o a casa de Karim, donde su papá preparaba ceviche los domingos y todos comíamos como si fuera la última cena, o en casa de Carlos, donde veíamos MTV gracias a la parabólica o escuchábamos música que le gustaba a sus hermanos y a la que no teníamos fácil acceso. Aquellos amaneceres con whisky barato en casa de Monty o Alejandro, generalmente cuando sus padres no se encontraban. Incluso en casa de Bernardo, donde platicábamos horas en su pista hechiza para patineta o en el terreno de los papás de Roberto, que era lo más cercano al cielo en aquellos años. Recuerdo aquellos fines de semana en la playa o las serenatas improvisadas, desafinadas, desaforadas. Monty y Bernardo con la guitarra, los demás cantando como podíamos página blanca y las piedras rodantes. A veces fuimos recibidos con alegría, a veces con silencio incómodo, a veces con alguna puerta que no se abría, con la molestia de alguna ex novia o por un papá furioso. Pero ahí estábamos. Siempre ahí, divirtiéndonos.
Nunca escuchamos a los Beastie Boys juntos. Éramos más de Pantera, Iron Maiden, que le gustaban a Monty, algo de Pearl Jam, que le gustaba a Roberto, mientras los demás les seguíamos la corriente o estábamos más abiertos a la música de moda. Pero ver ese documental me llevó directamente a ellos. Porque, al final, no importa qué música sonaba, sino quiénes estábamos ahí.
Hoy hace años que no los veo. La vida nos llevó por caminos distintos. Ya no dormimos en casas ajenas ni nos peleamos por quién va adelante en la estaquita. Pero seguimos aquí. Sólo hay un grupo de WhatsApp que nos une. Nadie ha partido. Seguimos vivos. Y estoy seguro de que el día que los vuelva a ver todos, será como siempre. Con risas, con historias, con cariño. Con el gusto de saber que nos va bien o la misma preocupación de antaño cuando uno no está feliz del todo.
Beastie Boys me llevó de vuelta a esa parte de mi vida que parecía dormida. Me recordó que en la amistad verdadera no hace falta hablar diario ni coincidir en gustos. Basta un recuerdo, un acorde, un documental, para que todo vuelva a sentirse cerca.
No son mi banda favorita. Pero hoy, gracias a ellos, escribí sobre lo que sí lo es: mis amigos, aunque no los vea y recorramos destinos distintos.
Playlist sugerido de beastie boys: Sabotage, Fight for Your Right (To Party!), Intergalactic, No Sleep Till Brooklyn, So What’cha Want, Sure Shot, Paul Revere, Shake Your Rump, Body Movin’, Root Down.
Song for the Man de este grupo para Greis y Alo.
Esta es opinión personal del columnista