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Noreste | Guerrero. | 10 Abr 2025 - 10:40hrs
Un descubrimiento arqueológico de gran relevancia ha salido a la luz en las inmediaciones de Carrizal de Bravo, una comunidad enclavada en la sierra de Guerrero. En el otoño de 2023, el joven guía local Adrián Beltrán Dimas condujo a la espeleóloga rusa Yekaterina Katiya Pavlova a la cueva de Tlayócoc, durante una de las exploraciones de mapeo que la investigadora ha llevado a cabo en la región. Al adentrarse por un pasaje sumergido hasta entonces desconocido, encontraron una sala que albergaba un significativo contexto arqueológico.
El hallazgo consistió en un conjunto de 14 objetos prehispánicos, dispuestos de manera ritual en el interior de la cueva. Destacan dos brazaletes de concha grabados con elaborados motivos, colocados sobre estalagmitas y asociados a otro brazalete y una concha de caracol gigante. Dispersos en la misma sala, se localizaron también ocho discos de piedra negra, similares a los espejos de pirita utilizados en la antigüedad.
Tras el sorprendente encuentro, Beltrán Dimas y Pavlova notificaron de inmediato a las autoridades ejidales y al comité de vigilancia de Carrizal de Bravo, quienes resguardaron diligentemente las piezas para prevenir su posible saqueo. Recientemente, estas instancias locales solicitaron la intervención del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) para registrar formalmente los elementos y realizar una inspección detallada de la cueva de Tlayócoc. Estas acciones se llevaron a cabo a mediados del pasado mes de marzo.
Arqueólogos del Centro INAH Guerrero, Cuauhtémoc Reyes Álvarez y Miguel Pérez Negrete, junto con la historiadora Guillermina Valente Ramírez, de la Universidad Autónoma de Guerrero, se trasladaron a Carrizal de Bravo, guiados por Adrián Beltrán. Durante su exploración, los expertos confirmaron que las estalagmitas habían sido modificadas en tiempos prehispánicos para adquirir una forma más esférica. Además, entre el sedimento removido por la corriente subterránea, se encontraron tres discos de piedra adicionales, dos de ellos fragmentados.
El inventario final del INAH registró un total de 14 objetos arqueológicos: tres brazaletes de concha, un fragmento de pulsera del mismo material, una concha de caracol gigante (posiblemente de la especie Strombus sp.), un pequeño madero quemado y ocho discos de piedra (dos completos y seis incompletos).
El análisis preliminar revela que los brazaletes fueron elaborados a partir de conchas de caracol, probablemente de la especie marina Triplofusus giganteus, y posteriormente grabados con símbolos y figuras antropomorfas. Entre los motivos grabados, resaltan formas en ‘S’ conocidas como xonecuilli, líneas en zigzag, círculos y representaciones de rostros de perfil que podrían corresponder a personajes relevantes. Los discos de piedra presentan un diámetro promedio de 9.5 centímetros y un grosor de 0.5 centímetros, caracterizándose por minúsculas perforaciones en sus extremos.
La espeleóloga Yekaterina Katiya Pavlova jugó un papel crucial al facilitar al INAH la documentación fotográfica de los materiales in situ, así como la cartografía detallada de la cueva de Tlayócoc, autorizando su uso para el análisis del sitio y la difusión de la investigación.
El arqueólogo Miguel Pérez Negrete destacó la trascendencia del hallazgo: “Este hallazgo es de gran relevancia, ya que, con el estudio de la relación contextual de las piezas de la cueva, podremos interpretar nociones simbólicas, aspectos culturales, de manufactura y hasta de comercio, para caracterizar a las sociedades prehispánicas asentadas en la sierra de Guerrero”.
Por su parte, Cuauhtémoc Reyes Álvarez subrayó la singularidad de encontrar este contexto cerrado, permitiendo atestiguar las conexiones entre los elementos culturales dentro de un espacio que en la cosmovisión prehispánica era considerado como el inframundo y el origen de la Tierra. “Posiblemente los símbolos y las representaciones de personajes en los brazaletes están relacionados con la cosmogonía prehispánica tocante a la creación y la fertilidad”, apuntó.
Los arqueólogos estiman que los objetos fueron depositados en la cueva durante el periodo Posclásico, entre los años 950 y 1521 d.C., época en la que la región estaba habitada por la etnia extinta de los tlacotepehuas, según fuentes históricas del siglo XVI. Se ha observado similitud entre algunos de los brazaletes y piezas encontradas en otros sitios arqueológicos guerrerenses, como el Infiernillo, y en regiones culturales más distantes, como la Huasteca.
La comunidad de Carrizal de Bravo, ubicada a casi 2,400 metros sobre el nivel del mar, en el municipio de Leonardo Bravo, es un asentamiento con una historia poco documentada. Sus habitantes recuerdan que sus ancestros eran nahuas ‘chiveros’ que transitaban grandes distancias para el pastoreo antes de establecerse de manera sedentaria.
La reciente visita del INAH a Carrizal de Bravo marca el inicio de una campaña del instituto para promover la concienciación y preservación del patrimonio biocultural en la localidad. Esta iniciativa buscará la creación de un organismo de colaboración entre la ciudadanía y la programación de un estudio detallado sobre el estado de conservación de las piezas de la cueva de Tlayócoc, que estará a cargo del área de Restauración del Centro INAH Guerrero.
Los valiosos bienes patrimoniales descubiertos en la cueva de Tlayócoc ya han sido registrados en las bases de datos del INAH y permanecen bajo la custodia de las autoridades comunitarias de Carrizal de Bravo.